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El malentendido original

En esta era de confusión y distopía, la información es una avalancha. Al abrir un telediario o periódico, el ciudadano de hoy se enfrenta a un tifón: fundamentalismo, crisis económica y medioambiental, guerra, polarización política. El frenesí anega los telediarios. El mundo que hemos creado se siente inabarcable. Mas todos los males de la humanidad pueden reducirse a cuatro, que finalmente pueden reducirse a uno solo: el malentendido original.

Pues toda la historia de la humanidad no ha sido la historia de la lucha contra los desafíos de la naturaleza o las adversidades del mundo: ha sido la historia de los males que la humanidad se ha hecho a sí misma. La humanidad se daña a sí misma, y no estamos lo suficientemente perplejos. Los cataclismos naturales o las dificultades de la supervivencia han sido la excepción, no la regla. Seísmos e inundaciones, sequías, incendios y erupciones volcánicas, epidemias o falta de abundancia de la naturaleza han irrumpido en ocasiones, pero la guerra de todos contra todos ha sido constante. No ha habido un instante sin conflicto u opresión entre prójimos en la historia desde el principio. El problema de la humanidad es la humanidad. La causa es una, y se esconde en el origen.

El malentendido original es la caída primordial de la naturaleza humana. En el principio, la humanidad amaneció forjando la cultura. Símbolos la fraguaron. Los primeros hombres inventaron relatos y la necesidad de vislumbrar la naturaleza a través de esos relatos. Pero no pudieron descifrar el verdadero relato del mundo. En otras palabras, los hombres aprendieron a hacerse preguntas y no supieron responderlas. Y ante la colisión entre incertidumbre y consciencia, los primeros ancestros inventaron relatos ficticios y los creyeron como ciertos.

Entonces fue labrada la creencia, el mito, la superstición. Pero la superstición no fue la superstición, sino todo. Las fronteras no están en los montes o en los ríos; los fósiles no conocen el bien y el mal; el oro, círculos de metal o cifras bursátiles no son valiosas en sí. Los hombres han llamado alucinaciones a visiones fantásticas que solo ocurren en la mente, confundidas como reales. Pero los países, estados y naciones, rituales, costumbres, normas y leyes, instituciones y, en definitiva, las sociedades, culturas y civilizaciones han sido también una ilusión.

Por el vacío de un relato del mundo real, los humanos imaginaron mitos, y las ficciones cubrieron lo real como la luna al sol en el eclipse. El mundo de los hombres se escindió de la naturaleza. La brecha entre la naturaleza y la naturaleza humana fue la caída en el malentendido original, heredada por todas las generaciones. El malentendido original trajo los males al mundo.

Desde este lado de la brecha, más allá de la piedra angular de lo real, los hombres dispersos erigieron sueños separados. Tribus, imperios, naciones. La división es el mal primigenio de la brecha entre lo real y el hombre. La humanidad, que es una, olvidó que es una, y se rompió en múltiples fragmentos.

Los hombres ya no se entendieron entre ellos, y se miraron como extraños. La humanidad dividida se enfrentó entre sí. Más allá del mundo que es uno, los sueños diversos de los pueblos y los hombres se hicieron contradictorios. Credos, géneros, ideologías, clases; polarización, opresión, guerra. Unos y otros. El hombre fue un extraño para el hombre.

El malentendido original trajo el mal al mundo porque dividió a la humanidad. Porque se dividió, entró en conflicto. Tanto se dividió, que el conflicto fue desde las guerras entre pueblos hasta la opresión del hombre por el hombre. Tanto se aferró a los relatos que la dividían, que acabó en camino de destruir el propio medio natural que la cobija.

Todos los males, históricos o contemporáneos, pueden descifrarse en éstos términos. El mundo es uno, y hay que descubrirlo. Pero una cosa es segura: las divisiones que traen el mal al mundo no están en él. La unión hace la fuerza.

Siempre ha sido así: cambiaron los vestidos, las formas, las herramientas, las costumbres, pero la historia se repite. Nunca hubo revoluciones. Tan sólo cambios bruscos en la apariencia de lo mismo. No se trata de cambiar la historia, se trata de cambiar la forma en que la historia cambia.

Los males que la humanidad se hace a sí misma han imperado tan omnipresentes en la historia que se los ha considerado como naturales, cuando no lo son en ningún modo. No son parte de la naturaleza humana. Son parte de la naturaleza humana caída. Y esta puede ser redimida. Y debe ser redimida. Machismo y violencia de género, racismo y xenofobia, desigualdad y pobreza, polarización política, corrupción, guerra, crisis económica, colapso ecológico: todos los variopintos males son uno. El entendimiento del malentendido vence el malentendido. Esa es la tarea. La primera Revolución de la historia. Hay que reconstruir los cimientos. Solo es el principio. El horizonte es grande.

Noé Garrido Cobo, en Urdimbre